Caminaba por la avenida Monte, era ya tarde y la noche comenzaba a cubrirlo todo, había mucha gente, más que de costumbre. Gente con el techo agujereado, gente sin paredes, sin suelo bajo sus pies.
De pronto, de la nada, fuerzas maléficas comenzaron a bloquear la avenida con barricadas y empujaban a todos hacia lo más profundo del barrio de Jesús María, yo también corrí, corrí desesperado con tal de salvar mi vida. En los sótanos la gente se agolpaba gritando con alaridos de desespero, podía percibir sus ojos hinchados y ensangrentados por el llanto. Yo quería entrar en alguno de aquellos escondrijos, como si fuera la única manera de salvarme.
Al final aquella calle se hizo estrecha fundiéndose con los escombros de los edificios derrumbados, las casas sin techos, sin paredes y sin suelos. Todos corrían creando un caos total. ¡Asustado! estaba rodeado de gente peligrosa, gente sin miedo y sin alma. La noche ya era tenebrosa.
¡Era el fin! Desde un gran holograma se veía al Emperador gritar consignas como un perro que ladra rabioso. Al fondo un rascacielos en ruinas está siendo demolido por máquinas descomunales. ¡No les importamos! -pensé-, pero eso ya lo sabía ¡Lo hacen a propósito! -finalmente entendí todo- entonces un grito de ¡VIVA CUBA LIBRE! se me anudó en la garganta, no pude, quería enviarle un mensaje a mi madre, tampoco pude ¡Ahora sí es el fin!
Desperté en medio de la madrugada, tembloroso y fatigado por la fiebre alta que desde hacía más de 48 horas no se desprendía de mi. Ya han pasado varios días y aún hoy los dolores articulares no cesan, ni la hinchazón de los pies, ni la urticaria.
¡Es el fin!
 
	 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				