Conocí a Aleida hace unos días mientras caminaba por una de las estrechas calles aledañas al centro histórico de la ciudad. Estaba sentada en la acera, esperando que algo cayera «literalmente» del cielo. Me acerqué, conversamos un instante, le pedí que me dejara hacerle unas fotos y quedamos en volver a vernos, esta vez en su casa.
Aleida es oriunda de Aguada de Pasajeros, en Cienfuegos, vino para la Habana a inicios de la Revolución con apenas 17 años y formó parte de las brigadas de maestros Antón Macarenco, luego fue maestra de escuela primaria, impartiendo clases durante varios años a niños «Hijos de la Patria».
Retirada del magisterio hace un par de lustros, ha vivido en el mismo solar de la Habana Vieja durante treinta años. Aquí guarda los recuerdos de la sobrina que ayudó a criar y que hoy vive en España y aquí también murió su esposo; quien era marino mercante, jefe de barcos según me cuenta, del que también guarda recuerdos; algunos tangibles, como un tocadiscos y una vieja grabadora, ambos maltrechos ya por el pasar de los años.
Aunque tiene un hermano en Cienfuegos, Aleida vive sola en una casa roída por el tiempo y el desamparo, en lo más profundo de un solar de la Habana Vieja. A pesar de todo, lo único que le pide a la vida es salud y según me cuenta sonriente, no tiene problemas de presión ni nada, solo la artrosis le aqueja y gracias Dios ha podido conseguir sus medicamentos.
Aleida tiene 80 años y es una más entre los cientos de miles de ancianos que viven abandonados por un sistema que se olvidó de todos. Con un salario que no alcanza, pasa sus días sentada en la acera esperando que algo le caiga «literalmente» del cielo.